martes, 7 de septiembre de 2010

Cuando no hay guardián

El otro día leíamos Ante la Ley, un relato de Kafka, en el Taller que lleva mi amigo Ricardo en Benalmádena Palabras de escritor. Y fue la comprensión de lo que este relato representa la que me hizo plantearme miles de dudas.

El protagonista de la historia permanece durante toda su vida frente a una puerta que un guardia no le deja pasar, hasta que finalmente muere sin haberla cruzado. Todos y cada uno de nosotros tenemos una puerta que cruzar (sueños y metas) y un guardián que la custodia (miedos y dudas).

Al principio creí que el guardián de mi puerta se llama inseguridad o incertidumbre. La claridad brilla por su ausencia a la hora de afrontar mi futuro y no entiendo en qué me estoy equivocando. La vida profesional y personal han desembocado en un mar bravío y se ha mezclado todo: el agua dulce con el agua salada provocando un sinfín de peces muertos.

Pero finalmente comprendí que custodiar la puerta por la que quiero pasar no es difícil porque el principal problema es que no sé dónde está mi puerta: Granada, Málaga, Almería o, como diría mi hermano, Why not? Madrid o Argentina. Necesito un cambio, un cambio que me haga volver a tener las cosas claras, separar las aguas y sumergirme en ellas. Saber qué y a quién quiero y apostar fuerte por aquello que merezca la pena.

Quizá he caído en un argumento aún más desesperante que el del propio Kafka porque yo ni siquiera he elegido qué puerta atravesar.