miércoles, 23 de febrero de 2011

Del amor al odio

"Su pelo era tan negro que no siempre brillaba, pero nunca lo tuve en cuenta. Su mirada directa y clara, escuchaba cada uno de mis problemas, sus ojos marrones también acompañaban mis frases no pronunciadas, me apoyaba en cada decisión donde la firmeza flaqueaba y a pesar de estar rodeados de gente sentía su presencia como única, daba igual a cuantos metros de distancia estuviera.

Sonreir con él era el estado constante unos minutos después de haber estado enfadada o estresada o frustrada. Nuestro silencio era mucho más confortable que cualquiera gesto de cariño. Nos entendíamos, olía a coco y a un champú de especies, una combinación exótica que me acentúa en el recuerdo la sonrisa.

Él aprendió a conocerme en la misma medida que yo reconocí que lo admiraba. Cada momento en el que me hacían reir lo guardaba para compartirlo con él".

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"Habla, no deja de murmurar, es un sonido tan molesto que encaja con su ropa de colores llamativos. Cinco veces en 20 segundos ha parecido en sus frases el pronombre personal yo.

No hago ningún esfuerzo por aparentar escucharlo, tampoco intento participar en la conversación aunque no se da cuenta. Al menos su mirada es lo suficientemente sincera como para mostrarnos que cualquier comentario del resto no le va a interesar.

Rápidamente echo la mano al bolsillo cuando comprendo que se está despidiendo, otra vez voy a tener que pagar yo".

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